domingo, 24 de agosto de 2003

David Bisbal, diario de un exito!!

Son las seis de la mañana. Lo ha arrojado la cama en un descuido y ahí está, en el suelo, dibujando hadas en el aire con un dedo. A veces le asusta la cama, el silencio que hay entre las sábanas, porque aparecen los miedos y le gritan al oído. El éxito es un fantasma envidioso que viene a reírse de él, a inquietarlo. Pensó que acabaría disipándose, pero sigue ahí, tras las cortinas, arañando el cristal.

Son las diez de la mañana. Ha desayunado el vértigo que amanece con él los días de concierto. Jamás se acostumbrará. Y si lo hiciera, y si un día se perdiera el vértigo en un pozo oscuro... No está seguro; tal vez se derrumbaría todo. De momento, le alegra poder tiritar a solas con su incertidumbre y rozarla con unas manos tímidas que no le parecen suyas. «Quiero beber en tus labios esa caricia de luna y de miel », le susurra al café, pero no le contesta.

Son las cuatro de la tarde. Lo acompañan dos hombres a la salida de atrás y lo suben a un coche. Apenas ha podido despedirse de la camarera. Apenas puede hacer ahora esas cosas pequeñas. Alguien le ha robado la calma suave de las rutinas, ese tiempo muerto tan hermoso en que contemplaba antes los trazos sencillos del mundo. Habrá sido un ladrón sigiloso y cruel. Habrá sido un duende ladino.

Son las siete de la tarde. Lo maquilla una mujer de ojos oscuros. El aroma de su cabello lo hipnotiza, y el de su madurez lo arroba como a un niño. «Quiero saciar mi locura en la tibia playa de tu desnudez », le canta despacio, y ella sonríe, pero su sonrisa está lejos de él. Creo que se compadece, creo que todos cuantos lo rodean en esa habitación están haciéndolo. Le ahoga tanta sonrisa distante, tanto frío.

Son las nueve de la noche. Tiene que salir. Hay un griterío de juventud que no lo conoce, que sólo sabe su nombre y las letras de las canciones. Qué difícil resulta entregarles el corazón, si él mismo desconfía ahora de su latido.