¿Cómo se puede cantar, bailar, saltar, girar sobre uno mismo y mantener una coreografía sin apenas despeinarse ni un rizo? Una pregunta cuya respuesta sólo la tiene el cantante David Bisbal que, con una gran expectación, ayer dio en Sevilla el segundo de los conciertos de su Gira 2004, iniciada un día antes en Córdoba.
Unos 4.000 asistentes, la mitad de los que completarían el aforo del Auditorio, esperaban pacientemente a las puertas del recinto para, a las ocho de la tarde, dos horas antes del comienzo del espectáculo, acceder a él. 1.000 de esos fans de Bisbal salieron corriendo para ocupar los puntos más cercanos al escenario una vez se permitió el acceso, abandonando todos los enseres (mantas y otros similares) con los que muchos de ellos pasaron la noche anterior haciendo guardia para ser los espectadores más privilegiados del concierto de Bisbal.
Diez minutos después de la hora prevista para el comienzo del espectáculo se escuchaban los primeros sones de la banda para, casi de inmediato, tras un efecto pirotécnico sorpresa, aparecer el cantante sobre el escenario. Gritos, llantos, palmas..., multitud de reacciones en función de la multitud de públicos. Nietas, madres y abuelas compartieron el recorrido que hizo Bisbal por su primer disco, Corazón latino, y el actual, Bulería.
La selección de los temas alternó los más rítmicos con las baladas para no perder la tensión durante la algo más de hora y media de duración total. Nueve músicos, dos voces corales (chico y chica), y dos bailarinas con unas coreografías algo ochenteras pero, sin duda alguna, efectivas.
Para no perder ni un detalle del ídolo latino, dos pantallas laterales y una redonda central. Ángel de la noche fue el tema de apertura elegido, tras el que llegaron otros como Fuiste mía o Ave María, primer momento cumbre del concierto con todo el público rendido a los pies del cantante.
Bisbal hizo un auténtico derroche de energía y demostró que, si bien todavía tiene aspectos que limar, en especial los referidos a su vestuario, como artista es un verdadero fenómeno que no sólo no pierde del disco al directo, sino que lo supera con las creces de su ímpetu.
Pantalones vaqueros y camisa roja para la primera parte, concluida a los cuarenta minutos justos del comienzo, y un conjunto un poco cani de pantalón y camisa blanca con estampado negro, para el tramo final. Sin embargo, a sus seguidores, amantes de las camisetas sin mangas (ellos) y de las clases de aeróbic (ellas), no les importó. Marcharon del Auditorio, al finalizar, con la conclusión de que ésta espera mereció la pena.